miércoles, 24 de septiembre de 2008

Dionisio

¿Recuerdas ahora, Climneptra, aquella época?. Tú eras joven y briosa, y danzabas en el círculo mayor, el que él miraba con tanta atención, festejando cada salto, cada nuevo giro que solíais dar, cada temblor de esos cuerpos gráciles, excitados por el vino, que danzaban al compás de címbalos, siringas y caramillos, y elevaba su copa al cielo nocturno y bebía de a grandes sorbos. Tú eras joven, y caminabas con ágiles pasos y te internaste en la penumbra acogedora de un bosquecillo de arbustos y me tiraste en el suelo y yo caí en un lecho de hojas y nos fundimos en un abrazo mientras la música, los gritos de las donisíacas y el calor de la hoguera nos llegaba como algo lejano y por completo ajeno a nosotros dos, que nos amábamos. Yo era un simple campesino que cuidaba una tierra que mis padres me habían dejado, como único legado, antes de que Caronte los llevara en su barca. Yo era un simple campesino que esa mañana me había levantado con la certeza de haber tenido un sueño que entonces no recordaba, pero que se fue haciendo más claro a medida que me iba llegando una música alegre que puebla nuestras noches de verano y aparecía por el camino de Atenas todo un cortejo de estrambóticas criaturas: hombres con pies pequeños y piernas peludas, muy peludas, jóvenes mancebos, imberbes muchachos adónicos que se comportaban como gráciles doncellas y le hacían honores al joven que los encabezaba, un ser bajo y robusto que caminaba con paso seguro, con barba y, puedo jurarlo, cuernos de chivo, yo sé que esto podría parecer extraño pero en su frente se destacaban dos pequeños chichones, como cuernos, que le daban a aquel ser un aspecto salvaje y montuno.

Viceversa

Entre la bruma pegajosa del alcohol en el paladar, el dolor de cabeza, el sueño y el sol en pleno rostro, Andrés apenas podía distinguir al que le hablaba. Vio primero el contorno borroso del otro que con las manos a la cintura los miraba, tenía un shorcito rojo y un gorro con visera por toda vestimenta, aparte del silbato en el cuello. A medida que se fue despejando, Andrés veía al otro balancearse con suavidad mientras lucía su cuerpo bronceado y con tatuajes en los brazos. “Pero, pensó, recordando que lo había llamado de Agente, los canas no se visten así”, pensó Andrés, se levantó a medias y pudo darse cuenta de que el otro era un guardavidas. Poco le importaba, fuera policía o vendedor de panchos, el dolor en los músculos, más que nada en la espalda y en las piernas, y el sol fuerte le estaba haciendo doler la cabeza. Andrés se terminó de levantar, el guardavidas seguía allí, con las manos a la cintura.

Fragmento...

Le hizo dedo a unos cuantos camiones hasta que uno al fin paró. Iba hasta Paysandú. Serían más o menos cuatro horas de viaje en silencio, porque el camionero no dio señas de querer iniciar una conversación. Mejor, o peor, porque tendría tiempo para pensar.
El bolso no pesaba demasiado, podría dormir en algún parador hasta que llegara a destino, por la comida no se preocuparía, siempre se encontraba algún lugar que vendía baratos los refuerzos de milanesa.
El camino más corto para seguir el viaje sería continuar por el Litoral, haciéndole dedo a los camiones, alguno siempre paraba. Aunque le llevara una semana llegar a la costa.
La ruta era monótona, con el paisaje repitiéndose a intervalos regulares. Se acordó de las palabras que escribió a su madre, confiando en que las encontraría cuando él ya estuviera lejos. De las cosas que había puesto en el bolso, el orden meticuloso que había utilizado, los vaqueros abajo, un par de zapatos a los lados, las remeras arriba, un par de revistas con direcciones de lugares turísticos y un Tetris, por si se aburría. De cómo había juntado en una bolsa todo lo que le hacía recordar a ella, las fotos, las cartas, los peluches y un par de posters y lo había tirado a la basura, y también tachó con corrector las firmas y los corazoncitos dibujados en su cama.

Encierro

El cerro, el edificio, la bruma del mar subiendo cuesta arriba, la luz tenue del faro en las rocas, no es más que una baldosa carcomida por la humedad. El camino entre las zarzas del bosque, el claro donde se mueven en círculos las sombras de los cuervos, buscando el animal muerto, escondido bajo algún tronco, solo manchas de barro en el piso con mugre excesiva.A la noche veo caras sobre mí, contándose historias, la luz de la luna entra por la ventanita cercana al techo, las nubes quitan claridad y le dan vida a esas caras, y veo batallas, gárgolas planeando su venganza en contra de los hombres, que las convirtieron en piedras y las dejaron resguardando edificios abandonados, demolidos por el progreso para ser sucursales de casas de venta de celulares. Todo se trastorna a la hora del crepúsculo, mis dedos congelados y mis ojos heridos por la tenue claridad del tubo fluorescente, la pereza, la terquedad en no salir más de este lugar, soportando el frío, las horas que pasan dejando su carga de tragedia y desastre natural. Pasan las horas y no sé qué hacer, qué actitud tomar, hacia donde huir, si mantener la postura rígida en la silla, escuchando el mundo que pasa inagotable afuera…Poco a poco la batalla entre la mancha de humedad y el hollín acumulado en el rincón va llegando a su fin.Yo sigo encerrado, desde hace muchísimos años, solo sé que algo pasa ahí afuera por los ruidos de autos y alarmas de comercios sonando en la madrugada…

Noche (Revés de "Finde")

Se sorprendió al descubrir que lo que había imaginado (el viento frío de la noche abatiendo la llama del encendedor al intentar encender su cigarro, en ese estilo invisible y personal que a ella le fascinaba) había sido sustituido sin previo aviso por una calma y una claridad lunar que no esperaba. Encendió sin problemas el tabaco armado y luego contempló el cielo nocturno que ya conocía de memoria, desde antes de pisar por primera vez ese lugar. Caminó los cien metros, buscando alargar el trayecto y apurando las pitadas al tabaco suave y apretado, más por no desperdiciar tiempo y energías en combatir el frío de sus huesos que por fomentar una leyenda, la misma que lo había llevado a comprar un paquete de tabaco barato (las hojillas ya las tenía, sin recordar muy bien para qué) y mirarse como en perspectiva, caminando a través del paisaje iluminado con la claridad gris de la luna. Se sintió nostálgico, necesitado del abrazo y la caricia en la penumbra, el cuerpo y la ansiedad, las ganas de proteger. Se sintió, a sus veintidós años, abandonado en ese lugar sin saber muy bien porqué, de una vez y para siempre, definitivamente vivo. Pero el estar vivo no era responsabilidad suya, se sentía vivo porque ella lo había querido así.-
Dedicado a mi Rata China, que me quiere así…

Amor

En un bar, Raymundo Peretz Pitzner (quien jamás intentó manifestarse políticamente, porque, en el fondo, decían, era nada más que un romántico) y el Poeta-Anarquista Sergio Sarríes discutían acerca de la definición del amor.Para cerrar la discusión, Raymundo le encajó un derechazo que hizo tambalear al poeta en su silla. “¿Sabe?, dijo Raymundo, Esto también es Amor”

Simón

“Por las calles de la Babylon camina un muchacho con aspecto de llamarse Luis, o Ricardo, o Luis Ricardo, pero a quién llamaremos Simón, pero por nada en particular, simplemente es más sonoro que los anteriores. Va recto, con pasos largos, los brazos balanceándose para darle equilibrio al andar. Simón no lleva lentes oscuros y mira hacia arriba y adelante, algo extraño, si se fijan en el sol, que cae con fuerza sobre las personas que van por las calles de Babylon, en esta mañana veraniega. Todos sudan. Todos menos Simón. La última leyenda urbana, puesta a circular por el poeta anarquista Sergio Sarríes, refiere a un hombre condenado a vagar por siempre, sin poder salirse de la ciudad, sin detenerse, sin que nada ni nadie llame su atención, sin que rompan su indemne indiferencia ni el ejército de repartidores de folletos ni los tenaces vendedores de objetos inservibles y falsificados. Dicen, Sarríes y sus amigotes del Bar “Caléndulas en Agosto”, que este hombre no puede detenerse porque aún no encontró el amor. Pero no es el caso de Simón, él ya encontró una vez el amor, y lo perdió, y ahora camina porque está apurado, porque no llegará en hora a su trabajo y será amonestado, por tercera vez. En una esquna cualquiera Simón cruza sin mirar a los lados y un automovilista, que lo confunde con el personaje de la leyenda de Sarríes, no puede detener su coche y lo atropella. Los huesos de Simón crujen bajo las ruedas, su cráneo se raja y su cuerpo inerme golpea contra el cordón. El automovilista acelera y huye de la escena, pensando que hay escapatoria para los cobardes.La anciana sale como todos los días a tirar la basura, pasa junto a Simón sin fijarse en él, sin ver la sangre. Piensa: “Otro borracho tirado en la calle”.El sol se oculta tras una nube y la vida en la Babylon sigue.”

(Re) iniciando la máquina de ángeles

Invirtiendo mi tiempo en pavadas, solo lograré el fracaso....