martes, 21 de octubre de 2008

El Héroe

Ayer por la tarde, al doblar una esquina, me crucé con mi héroe.
No era como yo lo recordaba, ni tampoco como mi imaginación lo había construido. En ninguno de los libros que narraban sus aventuras, ni en los documentales que desmenuzaban paso a paso y con objetividad su historia personal, con testimonios de familiares y amigos hablando de su vida y de sus anécdotas más divertidas o definitorias de su personalidad, algunos incluso naufragando en sus palabras ante la certeza de su indescriptible ser, porque él era El héroe, ni las películas rodadas con actores que acentuaban su gallardía, su galanura, su arrojo, su humanismo sin concesiones, ni en los pósters que colgaban de mis paredes representando su gesto y ademanes más conocidos, en ninguna de esas imágenes lo mostraban como yo lo veía en ese momento.
Mi héroe estaba viejo, cansado, arrastraba los pies, había engordado, sus ojos ya no tenía aquel brillo vivaz y su mirada se dirigía continuamente al piso, preocupado en no pisar baldosas flojas que contuvieran agua, caminaba con lentitud, apoyándose en un bastón con la izquierda, en la derecha llevaba una bolsa de polietileno blanca, algo arrugada y sucia, con algo pequeño e insignificante en su interior.
Mi héroe habrá reparado en mí, yo llevaba una remera que lo representaba más joven, en alto contraste, escuchaba en mis auriculares un programa de radio que lo homenajeaba en esos momentos, miraba hacia arriba, hacia el cielo, como seguramente hubiera hecho mi héroe, y, sin dirigirle siquiera una mirada de admiración, dejé atrás al anciano que había sido, y aún lo era, mi Héroe.-

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